A menudo hemos oído la frase que dice que un buen bofetón a tiempo cura muchos males. Agresividad aparte (de esto podemos hablar en otra ocasión), el significado que entraña esta coloquial cita es que un castigo a tiempo previene conductas negativas. Pero ¿qué tan seguros estamos de que esta prevención se va a mantener a largo plazo?
¿Qué produce un castigo?
A veces un castigo se nos manifiesta como el único camino posible para corregir un comportamiento. Hay gente que desde fuera puede considerar reprobable la conducta de un adulto que decide castigar a un niño, pero ¡ay!, es tremendamente complicado ser padre, madre o educador y enseñarle a un niño a cómo deben ser las cosas, y teniendo que lidiar contra tus propias emociones y la vocecita que en susurros te dice, entre otras que gritan mucho más fuerte, que debes controlarlos.
No, a veces la única vía parece ser retirar algo placentero para ellos o imponer alguna consecuencia negativa. Gracias a esto reforzamos nuestra autoridad para educar, sin embargo un castigo también puede destruir la autoestima, generar enfado y dañar las relaciones padres-hijos/educadores-alumnos si no se hace de la manera adecuada.
Alguien nos enseñó una vez que la ira lleva al lado oscuro y que para vencer al enemigo «no tienen que matarlo. Derroten la rabia que hay en él y su enemigo no será más. La ira el verdadero enemigo es.»
Un castigo produce ira, pues te quitan algo valioso o bien te dan algo que te desagrada, pero esa ira debe transformarse después en coherencia, en una comprensión sobre algo en lo que errábamos, en definitiva: en un aprendizaje. Y las personas que nos lo hicieron ver adquieren el papel de aquellos que por su amor y cariño hacia nosotros nos guiaron y ayudaron.
Hay muchos defensores y detractores del castigo. La clave reside en su conceptualización y en la forma de aplicarlo, pero en lo que sí estamos de acuerdo es en que deben corregirse las conductas disruptivas enseñando que estas últimas entrañan una serie de consecuencias negativas.
El camino de los padres y educadores comienza con las siguientes preguntas clave: ¿por qué castigamos? ¿Qué conductas queremos modificar?

¿Cómo debe ser el «castigo»?
1º COHERENTE:
De nada sirve castigar con quitarle la televisión durante 3 días si no ha recogido la habitación. No existe relación entre la conducta negativa y el castigo aplicado. Sí, es una consecuencia negativa, pero no existe un aprendizaje real sobre el porqué no tiene que hacerlo. Otra cosa sería por ejemplo quitar la televisión si ésta hace que se distraiga mientras come. Por ello, y en la medida de lo posible, debemos identificar la distracción o la causa de la conducta y eliminar dicha distracción o causa inmediatamente.
A veces la motivación de una conducta negativa no está tan clara para nosotros, en cuyo caso podemos preguntarles directamente, pues a veces cuando nos interesamos por la causa de su ira o su comportamiento los ánimos se relajan, y otras llegan por sí mismos a la conclusión de que en realidad no hay ningún motivo para actuar así.
Y si todo esto no funciona, la consecuencia negativa puede llegar más tarde (siempre que dejemos claro que no estamos de acuerdo y advirtamos sobre lo que va a pasar).
2º INMEDIATO:
Ésto puede chocar con lo último que hemos dicho sobre dejar un margen de tiempo para que el niño experimente las consecuencias negativas de su comportamiento, sin embargo es lógico si queremos describir una curva entre coherencia – inmediatez. Un castigo puede ser más coherente en la medida que se aplique de la forma más inmediata posible, pues el niño relaciona rápidamente su acción con la consecuencia, pero también puede darse el caso de que se aplique un castigo inmediato aunque poco relacionado con el comportamiento, en cuyo caso se perdería la coherencia. En este caso podría ser conveniente dejar un lapso de tiempo hasta que lleguen los resultados, aunque entonces debemos recordarle el motivo que los ha desencadenado.
3º DIFERENCIADO EN EDADES :
Los niños van madurando y adquiriendo una mayor comprensión de la realidad. En la etapa preescolar son más sensibles a un tono de voz enérgico y serio; en primaria van adquiriendo mayor razonamiento y podemos explicarles las razones de por qué queremos que actúen de otra forma, y ya en la adolescencia podemos hacer más uso del diálogo y la negociación.
4º EVITAR GRITOS/AMENAZAS :
A veces podemos perder la paciencia y alzamos la voz sin querer. Pero es complicado enseñar a un niño a no gritar cuando nosotros mismo gritamos. Así podemos emplear fórmulas del tipo amenaza: “cuando lleguemos a casa verás”, “te quitaré la consola si sigues gritando”. En ocasiones lo mejor es que la consecuencia negativa se cumpla directamente sin convertirlo en amenaza, pues si usamos esta última corremos el riesgo de que el niño aprenda a usar la amenaza como recurso para conseguir lo que quiere (no confundir con las advertencias sobre lo que puede pasar).
¿Hay alternativas al castigo?
Las autoras Elaine Mazlish y Adele Faber proponen los siguientes métodos:
- Señalar una forma de ser útil cambiando la conducta inadecuada por una acción o tarea que nos ayude.
- Expresar una enérgica desaprobación con un tono de voz serio sobre lo que está haciendo mal.
- Ofrecerle una elección entre la conducta negativa y sus posteriores consecuencias o el comportamiento correcto y sus consecuencias positivas.
- Indicarle lo que se espera de él/ella.
- Demostrarle cómo comportarse de forma satisfactoria.
- Permitirle experimentar las consecuencias de su mal comportamiento.
Como recurso, a las familias y educadores les puede ser útil hacer una lista sobre los comportamientos y situaciones en los que se suelan dar conflictos y relatar al lado las posibilidades de nuestras actuaciones para así anticiparnos.
En verdad, la auténtica comprensión de todo ésto te llega cuando ya eres un adulto y ves que las correcciones que tus padres te hicieron fueron por amor y para que en el futuro actuaras de manera correcta. El sentimiento que se experimenta entonces es el de agradecimiento.Pero si un castigo se hace demasiado continuado, desproporcionado o incoherente, el niño seguramente interiorice que no debe realizar esa conducta, pero llegará a ser un adulto sin saber muy bien la razón por la que no debe hacerla, y la gratitud de la que hablábamos antes puede llegar a transformarse en rencor hacia los padres y educadores.