La expresión «nueva normalidad» se ha convertido ya en parte de nuestra vida. Tras el confinamiento que hemos vivido han cambiado muchas cosas y nos cuesta entender cómo vamos a normalizar a largo plazo todo los cambios que estamos viviendo.
Cuando comenzó el confinamiento intenté recabar todas las herramientas que ya tenía: fijé una rutina, traté de salir a tomar el sol al balcón, organicé mi día a día… Me daba tanto miedo recaer en uno de mis bucles de depresión y ansiedad que puse todos mis esfuerzos en ser productiva. Y sé que no soy la única. En redes compartía con otras profesionales como yo, esta necesidad de «hacer para los demás». De preparar al mundo con herramientas que pudiesen ser útiles.
Poco a poco, sin embargo, todo lo que había construido se fue desvaneciendo. La rutina empezaba a absorverme y me aburría. Me costaba responder a mensajes de mis amigos, mantenerme al día con todos y pensaba en el día en que acabase el confinamiento y volver a la normalidad. Así, empecé a postergar ciertas cosas. «Cuando pase todo esto» se convirtió en mi frase más utilizada. No me daba cuenta de que, «esto», realmente no iba a pasar.
Justo antes del confinamiento recibí mi diagnóstico en TDAH. Soy una de esas mujeres que pasaron desapercibidas en el aula en la infancia. Pero ahora, gracias a Toni Ramos Quiroga, sé que soy TDAH. Aceptar el diagnóstico y redefinirte mientras estás encerrada ha sido complicado y, sin duda, creo que es lo que más ha podido afectarme aunque yo no haya sido del todo consciente. Ahora que parece que ya tenemos una nueva normalidad a la que adaptarnos, tengo que seguir descubriéndome. Todo se ha vuelto un pequeño caos en mi cabecita. Me siento como en medio de tres lobos que me dan vueltas. No esperando a que me coman. Más bien viendo cuál se me acerca y me olisquea antes: si la depresión, el TDAH o la ansiedad. Y con todo eso han llegado nuevos retos que, de pronto, me cuesta afrontar más que nunca.
Pensar en quedar con más de una persona provocó en mí un ataque de pánico hace una semana. Salir se ha convertido en un momento de ansiedad. Como si fuera, de pronto, hubiese un mundo hostil esperando. Y aún sabiendo que ese mundo hostil realmente no es tal, yo sigo escondida.
¿Cómo reconstruyo mi normalidad si no se cuál es? ¿Si cada semana hay algo nuevo que hacer? Nos preocupábamos todos por cómo nos iba a afectar el confinamiento, pero no nos dábamos cuenta de que la desescalada también iba a ser difícil. Porque yo, como tú, necesito construir primero mi rutina y mi normalidad para después adaptarme a la de fuera. Necesito poner en práctica mis herramientas. Y en esta nueva normalidad, muchas de ellas no encajan del todo. Porque si ahora voy a pasear tengo que hacerlo en un horario concreto, o siendo consciente de cuánta gente habrá en esa zona. Porque sé que ponerme mascarilla hará que tenga más ansiedad. O porque me cuesta pensar en compartir espacio con más de dos personas sin agobiarme.
Sin duda, me he acostumbrado a la tranquilidad de los días de confinamiento. Pero también a perder el control sobre necesidades que tenía: vida social, ejercicio…
Ahora, a ti y a mí, nos toca reconstruir.
¿Cómo lo llevas tú?